La gala

La Gala. Sin más. Hay programas, como hay cosas, y hay cosas, cosillas, cosas, y luego, La Gala. El lunes la vi. Y lo peor, recomendada por mamá: "tienes que verlo, lo mejor de la tierra, y una chiquita muy simpática". La vi, juro que llegué casi hasta el final. Un cubano, un travesti, un presentador humorista, Idaira (¿seguía viva esta cria de Noemi Galera?)y una Ana, sinigual. Ella, la mujer encajada en un traje de madame a los ochenta, una suerte de acompañante de Orquesta Maracaibo. A mi madre le pueden los timples y las verbenas, y ya se sabe, si le pegas a las copas, terminas viendo cosas como esta. Y mira que es necesario el programa musical en la canaria, la busqueda de talento, las estrellas de fuera, pero que los invitados se conviertan en pleno en una tomadura de pelo, no debe de ser lo normal en un canal serio que se precie. El humor, salvo el del Gran Vieira, debería estar tipificado como delito si no supera el pito, teta culo, y vulgaridades varias y del montón; y la música en playback debe al menos permitir y hacer posible un tarareo en el sofá. Todo se torna soporífero, añejo, cruel, sanblasero. Y sálvese el Marrero que el hombre se lo ha currado durante siglos, siglos como años, y la Anita que se chifla por un micrófono y un moño al estilo duquesa Coco Chanel. Este plan nocturno, copia infiel y degradada del denostado Noches de Gala (anda, hasta se han copiado el nombre del Moreno!), no es más menos que un escaparate de latinos y latinas al moline rouge (molin rous) que sigue echando tierra sobre el talento y talente audiovisual que debe primar en esta tierra. Lo que Canarias vota va a Misa. (Por cierto, la gente lo vio en un gran 12 por ciento: yo hacía zapping con CCI y Españoles por el Mundo, porque de lo contrario ya saben, en una de esas piruetas del ballet me traspongo en el sofá). Dixit